¿Te atreverías, bien mío, a soltar tus alas, blancas cual las de los ángeles, las de las airosas garzas de los espléndidos llanos venezolanos y las de la leche nutricia que da vida, a volar, volar como las mariposas que se posan sobre las flores para vencer la distancia que separa tu orilla de la mía y aposentarte en mis brazos, acerados y broncíneos para ti?
¿Te atreverías, bien mío, a sumergirte conmigo en la cavidad del océano para admirar los pececillos de todas las gamas nadar con la seguridad de que el pez más grande no se los engullirá y de que no tendrán la tentación del señuelo del pescador que quiere atraparlos?
¿Te atreverías, bien mío, a acompañarme en mis atolondrados viajes sin destino cierto?
¿Te atreverías, bien mío, a saludar conmigo, con la complicidad del silencio, la llegada del alba que anuncia un nuevo día, el crepúsculo que anuncia cual fílmica cámara lenta, el adiós de la luz y la proximidad de la noche con sus sombras, sus fantasmas, su luna y sus luceros?