Abrimos las orillas
y encantados de vernos
saciamos nuestros sueños.
Apasionados silencios de amor
nos prometimos,
capullos deleitamos
y les pusimos rostros
de arándanos tan dulces
que se nos hizo río la boca de gustarnos.
Yo le dejé encendida
la luz de una esperanza
acaso porque vi la isla
que en sus ojos
me prometía entornos
donde curar heridas;
y ella, desgastada,
hambrienta de caricias,
(incrédula paloma que apichonó su vida)
voló llena de encanto
al ras de mi poesía.