Viajera sin rumbo, tantas veces he pedido
por las frías mortajas de tus lánguidas manos.
Entre las sombras, debo confesarte, he querido
que te lleves mis lúgubres despojos humanos.
En ese entonces mi sendero había perdido,
todos mis esfuerzos y mis sueños eran vanos.
Hoy, peregrina sin nombre, estoy arrepentido
de haber deseado la piedad de tus finas manos.
Hoy el sol de primavera ha tocado a mi puerta,
las rosas florecen una vez más en mi huerta
y mis campos enteros han vuelto a reverdecer.
¿Ya lo comprendiste peregrina sin destino?
Vete por la mañana, prosigue tu camino,
inevitablemente nos volveremos a ver.