Tantas veces el Alba hasta mis ojos llega,
y deslumbra mis ansias convertidas
en ruegos y esperanzas al despuntar el nuevo amanecer.
Pretendiendo llegar hasta el coche en que viaja el Alba
otras veces, este ruego elevo desde el fondo de mi alma:
Tráeme:
el suspirar de su cuerpo envuelto en truenos,
el chispeante color de su piel algo canela
en los destellos más radiantes,
la calidez de sus brazos y sus manos
en el tibio despuntar del tierno amanecer,
el brillo intenso de sus ojos
en el destello de las últimas estrellas,
en el gemido del viento
su voz baja y melosa
llegando a mi oido algo caprichosa,
derramado en el sabor del cielo
el sabor de su cuerpo sensual y exuberante
con olor a sexualidad sin desconcierto,
en el color carne de esa nube
lo varonil de su cuerpo sea el encuentro…
Pero tráemelo Alba
ahora y luego te suplico…
O apaga para mí el llegar del Alba…
para que mi cuerpo llore sin consuelo
la ausencia del amado tierno y feroz
con el recuerdo enhiesto,
para que se transmute en hielo mi deseo efervescente,
para que los sonidos se apaguen desgarrados
por el mudo lamento del orgasmo ausente,
para que mi piel se desgrane lerda por las caricias
que tiernas y fogosas ya no me encenderán como era otrora,
para que lentamente y sin consuelo se apague mi interés
en las delicias de la vida y mi sentir muera sofocando
las ansias de la aurora vivaz y pecadora
porque el Alba ya no trae los recuerdos del pérfido amado
que sostenía mi cuerpo, mi alma, mi espíritu y mi esencia
allí, en el recinto sagrado del pecado lujurioso e indómito
a cada llegada con el Alba, ahora sola en la presencia.
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