Se estaba ocultando el sol, y los indios, dejaban la isla. Se reunían en botes.Bajaban rápido, juntando unos bártulos. La lava comenzaba a descender y temían como otras veces, perder sus hijos.
Por eso cuando comenzaba y sin previo aviso, estos se amontonaban como podían en las barcas, en busca de otra isla, con unas pocas cosas, mientras el volcán arrasaba con lo que había a su paso. Estaban más o menos acostumbrados. Mas, uno de ellos, lloró en mi hombro, cuando no se despertó, y su mujer por sacar unas pocas ropas, quedó atrapada entre unas ramas. El tenía a su hijo, bebé en brazos y no podía sacarla de allí, tuvo que correr y abandonarla a su destino.No se recuperó de su pérdida, por más que ya había tenido otros hijos con otra mujer. Aquella, siempre fue recordada con los ojos acuosos. Fue su gran amor y nada pudo hacer, en ese momento.Siempre le producía una gran conjoga, que revivía viendo a su hijo crecer y recordaba los rizos, al igual que tenía ella.Por eso rehusaba, a cortarle al pequeño el cabello. Era una forma de tenerla un poco más presente con el calor y la tibieza que siempre la llevaría en su corazón, por mas tiempo recorrido y rehecho su vida, no había podido olvidar, ese espantoso momento de desesperación que tuvo que abandonarla, fue totalmente impotente ante tan infame hecho de la naturaleza.