La siesta en una tarde de invierno
deja al despertar
sentimiento de culpa por la pérdida.
La noche nos sorprende
dejando oscuro de repente
a ese día que dejamos marchar.
Demasiado tarde
para paseos bajo el tibio sol,
Sin tiempo para leer un libro en la banca.
Irremediablemente se nos fue para siempre,
ese brillo tras el cortinado gris.
Siesta que pedimos prestada a la muerte,
y ella la cede gentilmente,
como en campaña,
sumando adeptos a su causa.