Abusando de su confianza
le pedí fervientemente al Señor,
que me concediera el honor
de ser sembrador de esperanzas.
Dios en su benevolencia dijo:
usa tu verbo y tu fina pluma
para que en mi nombre
repartas fortuna
a cada uno de mis hijos.
Desde entonces entendí que el Padre
no hablaba de riqueza material,
que debía ensalzar lo espiritual
como tesoro verdadero y perdurable.
Por eso cuando escribo
pretendo alimentar
tu espíritu y el mío,
es el mayor y más grato desafío
asignado a este humilde
servidor de Cristo.