...Que me haga caminar con los pasos decididos del que va por más vicio…
Penate Rojo.
Aunque no todo sea poesía, el sarro sigue firme sobre el brillo de los dientes, como un tambor domado que no para de sonar como gong. Una espada de madera corta el césped buscando cerillas en la lluvia, el barro es algo que no cede, aunque solo pueda ensuciarle los pies como empaña un espejo con el aliento. Pero como un soldado que se refugia en un burdel, él hace de varias tablas su propio tabernáculo, y en sus rituales, busca aquel paraíso que ha construido bajo los parámetros más asequibles a sus manos. Llega la luna. Su mejor opción: mirar el mar para mirarse adentro y armar una deliciosa y armónica oscuridad. Bolívar lo mira desde un billete, el también lo mira y mientras, piensa lo mejor que puede hacer con él. No para de llover; eso no le importa. Respira profundo un par de veces para sentir de nuevo que ha tocado su alma. Se para, sacude sus pantalones, piensa en los dioses que allí habitan, y se va para volver pronto.