Miré hacia afuera
y contemplé
por vez primera
los espigados
árboles subiendo
por las faldas
de las verdes
montañas,
elevando sus troncos
como brazos gigantes
hacia el cielo azul
manchado de nubes
traspasadas
por los dorados
rayos de un sol
que luchaba
por iluminar
la aurora andina.
Cruzamos puentes
sobre espumeantes ríos,
escuchamos bramar reses,
y el canto de los gallos
y del campesino
pastoreando ganado
y percibimos
el olor de la leña
encendida en los fogones,
y del café recién colado
y de la arepa de maíz
pelado asada
al calor del fogón
de humildes
viviendas edificadas
en las veras del camino.
Son los recuerdos
que conservo
del maravilloso viaje
que realicé en mí niñez,
que vuelen a mi memoria
una y otra vez
porque gracias
a esa travesía
descubrí paisajes
olores y sabores
que nunca adiviné.