Yo tenía un zapato, amigo mío,
que sembraba huellas en las piedras
era él un amigo de madera
una fiesta al caminar en cada paso.
Yo tenía un zapato, que sincero
conocía el solaz de los desiertos
era un brote de luz en la tiniebla
y el trinar del amor en el silencio.
Más la grieta del dolor le fue horadando
su textura de fiel aventurero
y en la fragua de caminos y quebrantos
se durmió, perdido en un potrero.
Tengo pies que lo buscan en el cielo
y los ángeles saben del secreto.
Más la tierra lo abraza tiernamente
junto al brote de un místico cerezo.
_________________
E.D.A