Bajo un cielo sin crepúsculo se pierden los pasos de un ocaso, mis letras yacen inéditas, casi tímidas acurrucadas bajo el manto de mi alma. Allí, son todo y casi nada: a veces se convierten en seda que arropan mis espacios, hacen vibrar mis sueños y hasta todos mis anhelos. Otras, se balancean lentamente con pasos tan seguros como el alba. Y por las tardes sus ojos se cristalizan de esperanza… A veces el atisbo de distancia se empuñan entre mis dedos… y allí retengo los espacios ensoñados como retoños de primavera… Otras; son más que un querer aferrándose a los que amo… Me convierto en animal de costumbre habituándome al vaivén de este constante recorrido.
Sueño con poder apresar la tarde en mi pecho… Ver los ojos que un día parieron mis entrañas, por que en este confín de tiempo sin espacio, se cuelgan de mis ojos su mirada… y un suspiro cálido quiere rozar mi cara…
El raudo ir de la metrópolis aliviana mis delirantes pensamientos, me abraza el desvarío de los días y el tiempo raudo no deja segundo para un misero cigarrillo… No hay horas que terminen por que ellas solo tienen comienzo, empiezan en un cielo ennegrecido sin poder otear el alba nublada de este cielo grisáceo.
Recordar el dolor que habitaba mi pecho, ya no parece estar entre mis necesidades, están siendo sondeadas junto a el insomnio que me consumía. Encontré un oasis que remedia este insomnio en el que habitaba el cansancio de un retorno que se engulle hasta las sombras sonámbulas que deambulan en el sendero.
Este mundo taciturno se traga y bebe mis penas y mis pensamientos…