Dejó de llover, al morir el día,
baja escalera la noche en silencio,
a la derrota de hoy yo no sentencio,
es la nada que siempre se porfía.
Unos ojos tristes mira el espejo,
no ilumina como antes con destello,
mudo dolor en el rostro es el sello,
agria sonrisa en el cristal le dejo.
Aprieto las manos en el vacío,
el espectro pregunta ¿a quien añora?
-al engastado tiempo y la vana hora-.
El veneno de la tinta hoy ansío,
afrenta al ayer, tristes poesías,
que solo son frustradas fantasías.
El señor de los fierros
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La naturaleza trabaja en lo mínimo. Sus mutaciones se producen a lo largo de edades enteras…