A Irma, la mujer más valiente que nunca conocí,
gracias a ella entendí de lo que una madre es capaz.
Tenías lo que buscaba,
bellos labios, mirada perversa y
pasión al hablar.
Unías la belleza física con la intelectual,
hablabas coherentemente
pero con una pizca de humor;
le añadías dulzura y melancolia
a tu mirada para cautivarnos
con sólo voltear.
Con un vientre enorme me lograste seducir,
me enamoré de tu locura y de la del pequeño
que estaba por venir.
Con alegría en la familia,nació una hermosa niña,
enfermita de los pulmones, por lo que en incubadora
estaría varias noches.
Tú, tranquilita velabas por la niña,
en quién pusiste tu atención,
mientras recobraba su natural color.
Aquel 21 de Octubre, nunca lo voy a olvidar,
el día que cerraste los ojos
para abrir los de alguien más.
En la cama de la muerte
vestías un gran ropón,
partías corazones y caían lagrimones de dolor.
Aún viéndote muerta mi alma no se acongojó,
yo te amaba con locura y
sin fin era mi amor.
Te prometí aquella noche cuidar de nuestro amor,
que reposaba en esa niña,
por quién diste la vida, mi amor.