Andra

Tempo....

El tiempo es un vagabundo escurriéndose en las cornisas de nuestras estancias. Un eco de continuidad difundida entre los espacios de nuestras horas.

A veces está inmerso en la entrada de nuestras puertas, sale y entra, sin darnos cuenta de su presencia… Se posa delicado casi intangible e invisible, luego avanza sobre el desierto de nuestras pieles y de nuestras almas… Entonces recorre las llanuras de nuestros cuerpos desde abajo, hasta arriba; comienza por los dedos de nuestros pies, hasta llegar a nuestras  rodillas… Así lo sentí subir un día, lentamente se deslizo por mis muslos desnudos, se alojó en mi vientre compungido por las horas, se alimento de las ganas de sentirme viva… Y luego en la cima del rosal de mis senos se deslizo cual niño en trampolín y azoto travieso  en mi cuello; dejando huellas de su estancia por las horillas.  

El tiempo se posa en mis mejillas y delinea sutil el seño de mi entre cejas, se convierte en silencio que inmuta las palabras y se adhiere como ríos que recorren mi tierra.

 

A veces, es un mudo instante aleteando sus alas en pleno vuelo. Y admiramos el vaivén de su baile tropical, se convierte en gota de rocío cayendo  como añoranza de niñez de antaño, nos mira de reojo y posa, poseyendo la existencia del transitar de milésimos de segundos… Nos otea con ojos penetrantes… Muy fijos en este diario ir y venir que desquebraja la piel del ser humano.   

 

El tiempo es un viento frío de otoño e invierno, es brisa tibia de primavera y hastío de verano.

 

El tiempo avanza detrás de las cortinas de nuestras pestañas sin poder detenerlo, sin poder pedirle un poco misericordia… Es como un movimiento de aire en ésta pieza musical de nuestras vidas, una pulsación que nunca se agota aunque ¡ya! No nos quede aliento de vida…