A “güelita” Carola mi abuela materna
El rezo de cada noche
eterno se me hacía,
ya que yo tan solo era una niña.
El sueño me embargaba
por el susurro que ella musitaba
mientras daba vuelta al rosario
clamando a Dios y todos los Santos.
Por su difunto esposo,
-el mejor hombre del mundo-
otra vuelta por marinos y caminantes,
y por cada difunto de la familia,
por amigos y enemigos.
Llegado a este punto yo me preguntaba:
Quién sería la persona que a mi abuela tanto le daño
ya que en sus plegarias al Señor le pedía
que por Él fuese perdonado
ya que siendo tan grande su herida
ella no podía dispensarlo.
Después de esta petición rezaba el misterio,
tras el misterio la letanía, que de latín nada tenía.
Era la parte para mi más aborrecida.
59,
Mientras mi infantil cuerpo sobre la silla yacía
con su habitual genio sin piedad me despertaba
con un coscorrón y una sola palabra ¡Atenta!.
Entre tanto, para calmar mi somnolencia,
me entretenía observando el chisporroteo de las brasas
que sobre la cenizas caían
y a través de la ventana contemplaba
cómo el atardecer se consumía,
y cómo se iban disipando los oscuros nubarrones
a la vez que formaban siniestras figuras.
Fui haciéndome mayor,
y en mi mente quedó grabado aquel misterio
rezado para adquirir el perdón
para aquel ser que sin ella saberlo ya le había indultado.
El dolor llenó la vida de mi abuela
que para siempre se quedó herida
y por ende, a mi me ha tocado
rezar misas y rosarios,
letanías de latín inventado,
misterios gozosos y dolorosos,
para que Dios concediese un perdón
que ya estaba perdonado.
Autora: Escapitina- Luisa Lestón Celorio
Del libro -DE CORAZÓN- editado por Arcibel Editoras