Sólo quiero, amada, que de tus ojos, cual dos ríos, broten a caudales lágrimas cristalinas que yo amorosamente secaré con el pañuelo que has tejido con fino hilo para mí con la letra inicial de tu nombre y la del mío sobre el diminuto corazón, en relieve, que también tejiste, como prueba galante de amor, cuando sonrías a carcajadas de felicidad íntima o del gracioso chiste que te cuente o la morisqueta que te haga como humorista improvisado.
No quiero, amada, que de los dos ríos de tus ojos, que he besado hasta el éxtasis, broten lágrimas de tristeza, de pesar, de pena, ni siquiera en mis largas ausencias, porque por más apartado que en distancia real esté de ti, tú estas conmigo y yo contigo.
Y cuando más desees mi presencia real.
Y cuando más antipática e impertinente se torne la espera, se hará el prodigio de mi regreso.
Y las lágrimas de los dos ríos de tus ojos.
Y las lágrimas de los dos ríos de mis ojos brotarán caudalosas de alegría e inundarán con sus salobres aguas a mi covacha de sueño.
Llanto prodigioso de alegría que se expresa en amorosas lágrimas de amor.