A los dos meses
que pasé sin tí.
Este recuerdo de tus ojos
me recorre como un escalofrío:
todo mi cuerpo te conoce y te olvida
en un segundo.
Me dueles en el suelo, en los pies,
en las rodillas, en cada caída,
desde tu mano que siempre me niegas
hasta la punta del último anhelo
que me inspiras.
El aire me reconstruye a cada respiro,
la tierra me sepulta a cada paso.
Mientras más te tengo más me hundo
en la tumba que cava mi esperanza.
Caminar sobre tus aguas
no es milagro, sino desquicio,
hablar de ti no es describirte,
sino borrarte,
perderte es fácil por tu costumbre
de desvanecerte
como el polvo de donde vienes,
el polvo al que vas, al que regresas
como estrella, como cráter,
asteroide, planeta, o cualquier cuerpo
que acostumbre como tú
flotar en el espacio sin origen ni fin.
Después de todo, el rumbo es un concepto
que no te preocupa en lo más mínimo,
naciste para trazar rutas nuevas
y dejar estelas invisibles
que alguien, tal vez, intentará seguir
cuando ya no le quede nada,
y por lo tanto, no le tema
a perderlo todo.
Yo he seguido tu ruta como una sentencia,
trato de no pensarte
y me retumbas en los párpados,
con tu silueta o tu sombra tejiendo
paradigmas de ti que luego quemas.
Pero es insensato: no puedo, no podré olvidarte,
si percibo el humo que deja tu amargura
cuando la enciendes dulcemente y la consumes,
arrastrándola a un punto medio
en el que uno ya no distingue
qué sabor se está fumando.
Yo me quedo,
me quedo como quien persigue
a su propio asesino,
o peor aún,
como quien se arriesga a querer
aunque todo esté en su contra.
Carlos Alcaraz
03/07/13