El último de mis días, que confío no sea pronto,
Lo quiero pasar gozando y bailando como un trompo;
Y tal dice el Ave María, entre todas las mujeres;
Pues sería lo mejor, si es así, cuando se muere.
Permítemelo Dios mío, concédeme ese clamor
Que no creo sea mucho, para quien dio todo su amor;
Pero no quiero que lloren las que estuvieron conmigo,
Pero si que me recuerden y crean que sigo vivo.
Pero una cosa les digo, que no acepto las mentiras,
Y después que yo me muera, no lloren sobre mi tumba;
Diciendo que bueno era, y que mucho me querían,
Y que me den todo su cuerpo, todo, pero ahora en vida.
Les voy a dejar a todas un colgante escapulario
Y lo asignen a su pecho, entre sus senos sagrados;
Que yo desde el otro mundo me mantendré vigilante
Para yo poder besarlos y sentirlos a mi lado.
Eso es si Dios me deja y obtengo su permiso,
De volver a esta tierra a cuidar lo que tenía;
Y las mujeres que fueron, amantes en plenitud,
Que me esperen que yo vuelvo, antes de apagar la luz.
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José Miguel (chemiguel) Pérez Amézquita