Llevaba tiempo soñando contigo
y la otra noche me desperté
sobresaltado,
creyendo que te habías ido.
Me lave
y el agua fría acarició mi tez
susurrándome
al oído:
“soy yo, estoy contigo”.
Cuando amaneció
dejé mi nido;
caminé despacio
para no errar el camino.
Me esperabas donde siempre,
en el rincón que no anochece,
varios cruces
más allá de la primera vez.
Supe quién eras
al dibujar la sonrisa
en tu alma derrotada.
Envejecimos
como niños;
muriendo al desengaño
sin dejar de ser los mismos.