La tórrida Castilla erige
estatuas a la sombra
que el mar de Cantabria convierte
en cantos rodados
con sabor a sal.
Recién llegados,
con la maleta llena de despistes,
se vistieron con sueños de colores.
No importa perder la línea con los años
si avanzamos al cielo por estos atajos,
cual nuevos marqueses.
De regreso
alimentan su memoria
de instantes de ardor,
acompasados con melodías suaves,
sin televisión.