AQUELLA FIEL VEREDA
Aquella fiel vereda no variaba
porque con su difícil y empinado
trazado, me llevaba hacia la altura,
donde podía mostrar mis vestidos,
muchos sietes colgados y zurcidos
ofrecían talento del artista.
Los bonitos remiendos que florecían
en cualquier zona, pantalón o blusa,
un experimentado juego de otros
que llegaba hasta mi cuerpo cansado
de ponerse, quitarse y arrastrarse,
de subirse o bajarse de los árboles,
de escalar agrietados terraplenes…
Las calles principales, solidarias
me dejaban pisarlas en silencio,
como lo hicieron mis padres andándolas
sin ocultar sus risas juveniles,
sus cuitas en recodos y sus pliegues
de paredes que al fin las demarcaban
y guiaban en la noche a los destinos.