El acto de dar, amada, a quien necesita de nuestra ayuda, tiene una sublime simbología.
Si tú das, amada, una flor, es porque tu jardín está iluminado de rosas, jazmines, narcisos, nardos, claveles, siemprevivas y dalias de todos los colores y de todos los tamaños.
Y la satisfacción es doble, para ti, por tu bondad, y para quien recibe la flor, el agradecimiento porque fuiste generosa.
Si tú das, amada, una moneda o un pan al hambriento mendigo, es porque tienes abundancia de dinero en tus arcas y abundancia de alimento en tu despensa.
Y recibirás la gracia de Dios porque fuiste generosa con el hambriento.
Si tú, amada, le das cobijo al peregrino para que descanse en tu casa y pueda reconfortarse, podrá continuar su peregrinaje hacia rumbos que sólo el conoce.
Y bendecirá tu generosa naturaleza.
Y elevará plegarias a Dios para pedirle que no merme, sino que la multiplique tu abundancia de bienes materiales y espirituales.
¿No crees, amada, que es mejor dar que pedir, porque el que es dadivoso es doblemente rico y quien pide es porque carece de todo?