Esperpento

Soneto del ahorcado

El beodo narraba dificultosamente,

con hipos de agonía y vahos de aguardiente,

que él, residuo de hombre sin vigor ni decoro,

era el único dueño de un singular tesoro.

 

Y vi en su mano torpe, tal como una serpiente

de escamas de oro puro, una trenza reluciente:

su tesoro romántico, su reliquia (aunque ignoro

de quién era la trenza de cabellos de oro).

 

Y una noche de lluvia se colgó de una rama

y un rechinar de dientes epilogó su drama

de recorrer a tientas las brumas del alcohol...

 

Y allí lo vimos todos al inflamarse el día,

y en su cárdeno cuello la trenza relucía

cual si se hubiese ahorcado con un rayo de sol.