El día se derrumba cayendo sobre tu boca
como un invierno desgastado por el silencio.
El tiempo camina sobre nuestros recuerdos,
anda miradas que acumulan soledades y besos
donde muere lo que alguna vez sentimos.
Éramos entonces pequeñas ramas mecidas
por pasiones tan violentas como una tormenta,
nada fue existiendo entre tus latidos y los míos:
sueños que se quebraron, desiertos a los cuales nos acostumbramos.
La distancia es como una casa que nos tocó habitar,
entre la ausencia y la esperanza,
sin tardes que guarden la memoria, ni ventanas para inventarse el olvido,
donde la noche no alcanza para lavar nuestras culpas
y se cuelgan los recuerdos entre las grietas de alguna lágrima.
No es distinto el dolor que precede nuestra sangre,
si el vacío nos llena el cuerpo,
si a tu soledad y la mía le sobran las ganas de olvidarse
y buscamos caminar un mismo sentimiento
aun si las fuerzas las rendimos hace tanto tiempo atrás.
Pero que haría falta para amarte,
amarte las vidas que hoy llevas en tu pecho,
amarte las horas y dolerme cada una de ellas, las tristes,
las que has aprendido a necesitarme, las que hoy escriben estas palabras.