En la primavera de su vida
a su puerta alguien tocó
iluminándose su fresco rostro
cuando un jovial mensajero
hermoso ramo de rosas rojas
cortesmente le entregó.
Pronto pasaron los meses,
aquel amor fructificó,
eterno amor se prometían
y en sagrado sacramento
fué bendecida aquella unión.
Pasaron veinte primaveras
y aquel rostro maduró,
marcas había en su frente
por el tiempo que transcurrió,
la estación así cambiaba
y el otoño apareció.
Un día a su puerta
nuevamente alguien tocó,
un austero mensajero,
inexpresivo se presentó
y un hermoso ramo de rosas
amarillas le entregó.
Súbito aquel rostro
de inmediato palideció,
en la tarjeta se leía
“Estas flores son mi adiós.”