¿Cómo será, ayer me preguntaba,
mirándome al espejo, fijándome en mi frente
mi cerebro por dentro?, Por fuera, ni te cuento.
Lo tengo ya muy visto y lo lamento,
pues no me gusta nada.
En cambio el interior, ¿será bonito?
Me gustaría introducirme en ese chiringuito,
-acaso remolón, posiblemente una monada-,
ese envoltorio capiral, ese envolvente
en el que reside mi consciencia y mi inconsciente,
¡lo que yo no daría por conocer esa morada!
¿O es que por el contrario está deshabitada,
vacía de ideas coherentes y además destartalada,
con muchos cachivaches dispersos por el suelo,
y alguna librería de libros oxidados,
inertes, además de aburridos y cansados
y hasta la tronera de telarañas lleno?
Y aunque así que mi sesera fuera enana,
yo clamo a todos los dioses del parnaso
para que como le ocurriera a Garcilaso
me apareciera la inspiración cada mañana.
Porque lo que a mi me gustaría es poder pensar
como lo hicieran Ortega o Unamuno,
la socarronería de Quevedo profesar,
el arte de Machado o de Lorca y uno a uno
de Gracian, Hernandez, Zorrilla, Campoamor,
Borges, Ruben Dario, Amado Nervo o Espronceda,
introducirme con sigilo en sus molleras
y aprovecharme para de su intelecto descubrir
donde anida su razón en el arte de escribir
y guardarme yo el secreto si pudiera.