Fue en aquella mañana
cuando descubrí por primera vez
la singular belleza
de su rostro
La encontré sumergida en su acostumbrada lectura
y en los ojos se evidenciaba
una insospechada ternura
que el mismo azar dispuso para el feliz y necesario hallazgo.
El viento, cómplice por cierto
desordeno su esquiva caballera
que caía sobre los altos y pálidos pómulos
Un instante en que quise
que el viento se alejara para siempre
y las cenizas del tiempo emprendieran su marcha sin regreso.
Ahora Merli, esta como de costumbre
sentada en el pequeño parque de la ciudad contemplado el árbol viejo
que ni sabe de su nombre
ni conoce el peso exacto de su destino