Cansado de tanta sed, hurté el rocío de las cándidas y luminosas flores y continué caminando sin saber hacía dónde me dirigía porque no había trazado ruta de viaje.
Cansado de tanto sol me acosté a la sombra, que califiqué de confortable, de un esbelto árbol cuyo nombre no conocía y después de sentir mi cuerpo ligero, cual el vuelo de un colibrí, continué mi viaje hacia lo desconocido.
Cansado de tanto gritar y de oír solamente el eco de mis gritos me eché al suelo y dormí profundamente y al despertar, horas después, coloqué sobre mis adoloridos hombros mi morral de peregrino y continué mi viaje hacia lugares ignotos, desorientado.
Cansado de tanto llorar sin tener a nadie que me consolara ni secara mis lágrimas, calmé mis nervios destrozados por la soledad y continué mi viaje hacia ¡qué se yo dónde!
Cansancio compañero de viaje.
Cansancio que debilita mi cuerpo.
Cansancio que me hace soñar con lugares edénicos.
¿Cuándo descansaré definitivamente en mi covacha de sueño?