En el tranvía amarillo, largo y oscilante como las miradas de sus ocupantes,
se desarrolla una historia,
que en mundos rígidos y grises,
se desarrollaría entre paredes y rejas.
Dos niños / jóvenes se enfrentan a empujones, miradas, gestos y palabras,
en sus pensamientos, sentimientos e ideas retumban las cascadas de Iguazú y la música de una arpa de cuerdas múltiples y coloridas,
ella vestida de armonía dulce,
cubierta de un tejido de poema soñado insoñable.
Como en un sueño se repiten las escenas de la disputa,
la cascada y el arpa de colores,
afuera cambian los paisajes, sus actores y dolores,
el tren como un gusano relinchante continúa a su objetivo previsto,
no repara en situaciones sucedidas y repetidas en su estomago gigante / metálico.
*Los niños índigo antes de abandonar el gusano incontrolable,
cruzan miradas envueltas de emociones y telepatía,
se abrazan fuertemente y piden perdón mutuo.
En su sonrisa brilla un sol intenso,
en su cielo de paz de mundos tiernos se despejan las nubes de odio
y mal entendidos,
el mañana habré sus entrañas de historias reales y cuentos sin moral ni moraleja.
Por Walter Trujillo, Julio 2013
*En este caso niños con el síndrome de Down, en culturas naturales jugaban un rol especial, debido a su sensibilidad y cualidades intrínsecas. El adjetivo índigo, referido al color azul, surge de la creencia de que estos niños tienen un aura de ese tono, con una vida espiritual, ética y mental avanzada.