Alguna vez, en alguno de los tantos parpadeos del tiempo
y entre las pestañas del cielo que la lluvia ha roto;
existieron dos estrellas que se besaban al mirarce
y se abrazaban al rosarse la piel.
Dos estrellas que se hacían el amor al recordarse
escondidas en cualquiera de estos lacrimosos cielos.
Escondido en el fondo de cada estrella existía el deseo,
el deseo de retarse entre ellas
y el sueño de encontrar un pretexto que excusara a su burlo juego.
La primera estrella brillaba cual estrella que era,
cansaba verla arder en el cielo y dolia su voz
como duelen las llagas o quema el fuego,
de ella se destilaba un aliento añejo que embriagaba
a todo aquel que se perdiera en sus sueños,
y dejar de verla provocaba el infierno del recuerdo.
La otra languidecía en el centro del universo,
sollozaba entre sus labios un secreto
que enmudecía al silencio en el cielo
y alteraba al caos que rige al universo,
ella podía ver al agua caer con la lluvia
y a las flores mentir en su belleza y sus misterios,
y esta amaba a su sombra, la que tenia el aliento añejo.
Existe flotando en las ondas del infinito
una nota que provino del caer de una lagrima al suelo,
y en la bastedad del firmamento un suspiro
que se quebró al apagarse en las estrellas el fuego.
Ahora las noches ya no arden en el deseo.
Las estrellas murieron amándose,
con las alas de cupido atrapadas en sus ojos y en completo encierro.