Mi único pecado es ser inocente y quererte,
quererte como jamás serás querida.
Aparté caminos y problemas para dejarte
pasar sin espinas.
Te dí espacio y tiempo para que vieras
los pasos que dieras bajo tu propia conducta,
conociéndo siempre que jugaba a tu desición.
Nunca pedí lo que no te diera, ni deseé que hicieras
mi voluntad porque no soy carcel ni grillete.
Te dí color para que fueras mariposa y sobrevolaras
mi vida, pero jamás imaginé siquiera que no pasarías
de gusano y que te aferraras a mi primavera
asolando el vegel que para ti planté.
Mi pecado -si eso es pecar- fué ser una puerta abierta
para tu libertad, donde entrabas y salias a tu antojo
y yo me ocupé en decirte que la vida es una, sólo una,
y que esa vida para ti, fuera yo.
De tu palabra se alimentó mi alegria, y en tus ojos
navegaba mi felicidad.
Era lindo sentirte cerca, saber que estabas ahí,
anclada en mi mar, tendida en mis playas,
junto a las caricias que decoraron la noche
y pulieron el amor.
No pretendo mujer, ser ave de mal aguero pero
sabrás con dolor que la oportunidad que dejaste pasar
o que no supiste aprobechar, te va a culpar
por irracional.
Aunque es seguro y lo sé que nadie manda
en el corazón, a él no lo culpes, como no culpo
al mio por darte aire para que volaras, y seguiré
diciendo, que mi único pecado fué quererte.