Qué difícil es amar al natural
despojándonos de tantos caminos
de la ropa tan preconcebida
de esos temores artificiales.
Que natural es cuando el amor florece
el cuerpo tomando territorio
en la avidez de la amante.
Que dulce es sentir los muslos
de tibia provocación
de la amada o no de la amada.
Y la lengua que recorre
por territorios lunares
porque la piel tiene sabor a mar.
Que temeridad es sentir
las manos llenas de senos:
La concavidad biconvexa del sexo.
¡Qué milenario ritual!
¡Qué agonía de plena vida!
Y una vez más tenemos
la única posibilidad de matar
a esa dulce muerte
y huir de ella como huimos
del universo que se nos viene encima.