Qué deleite el de tu mirada
que resuena en cada una
de mis intenciones buenas.
Qué bello el sueño que habita
la realidad de tus caricias,
que cuando se ponen
a mirar mi piel de cerca
a mis poros les salen ojos
para así poder mirar de frente
a esas tus manos tersas.
Qué delicia la de tu voz
que siempre me deja
una resaca dulce
colgando de las orejas.
Qué bendición el olor
de tus besos,
campo de flores
donde la hediondez
de cualquier muerto
se vuelve resurrección
y fiesta.
No sé que milagro
hay en tu existencia,
mujer y niña mía,
que me hace quererte
como a mi esposa, mi hija,
mi abuela, mi madre,
mi hermana y mi vida.
JCEM