En el humilde espacio físico de la alcoba de mi imaginaria covacha, no hay lecho nupcial todavía, sino una rústica estera donde me tiendo a descansar, agotado del trajinar diario que consume despiadadamente cada hueso y cada músculo de mi ya avejentado cuerpo que yace en pie por la energía que transmite a mi mente tu recuerdo.
Y te imagino en un tálamo de sin igual delicadeza, cubierto por una fina sábana de tela importada a la que tú bordaste nuestros nombres y ornaste con primorosos estambres de lana extraída de la cariñosa oveja que produce la espumosa leche que tú has bebido.
Y sobre esa fina sábana que arropa el tálamo que imagino para nuestra entrega romántica dentro de un milenio o después de muchas otras vidas, veo pétalos de rosas amarillas que colocas graciosamente en tu cabellera o las lanzas a mi cara.
¡Delicioso juego de amor en un tálamo producto de mi enloquecida imaginación!
¡Deliciosos pétalos de rosas que al marchitarse serán sustituidas por otras de mayor belleza y primor!
¡Rosas parecidas a las que colocaba diariamente María en la alcoba de Efraín!