¡Cuánto me duele despertar mi vida!
¡Cuán doloroso es otra vez caer!
Todo entregarlo y volver a perder,
Sólo quedarme con letal herida.
Ver como el vuelo se tornó caída,
Y como en llanto, se tornó el placer;
Ay cuánto duele al final comprender:
Que el laberinto no tiene salida.
No habrá reproches para la fortuna,
No habrá más quejas ni habrá más rencor,
Qué es nuestra muerte, mi lánguida luna,
Sombra que queda al cesar el color.
Si yo la amé como jamás a alguna,
Es justa pena morir por su amor.