Todos los días, amor, al levantarme, elevo mis más sentidas plegarias al majestuoso Sol porque es el pregonero del Arquitecto del Universo para anunciarme la bendición de otro día de provechoso trajinar en mi minúsculo jardín para que las flores eleven al máximo su perfume y su brillantez azul, blanca, roja, rosada, amarilla o matizada.
Todos los días, amor., cuando aparecen en el cielo las primeras luces del sol, con el alba que se niega a morir, me voy a la fuente próxima a mi covacha de sueños y colmo para ti de agua fresca la tinaja que te construí, de arcilla pura.
Y cuando me visites dentro de una centuria o un milenio, el líquido elemento que beberás con avidez de sediento saciará tu sed.
Cada vez que me visitas, amor, se enfiesta mi corazón y de mi voz emana un raudal de cánticos laudatorios del prodigio de tenerte cerca y sentir tu aliento y la humedad de tus labios.
¡Doy gracias, amor, por la sed milenaria que me consumía y que tu agua sació!
¡Doy gracias, amor, porque la espera milenaria para encontrarte tuvo sus prodigiosos frutos!