A veces no hay otro destino
que el espejo, ese silencioso
reflejo de cristal que nos
concede la llave de un laberinto,
si atrevernos al tiempo del alma,
si abrir los ojos a los pies desnudos
y hacerle caso a la soledad,
sea cual fuere la verdad,
un deseo brilla envuelto en lluvia,
el mar revuelto en llamas flota ante
los labios, las palabras sueltan
una noche de luna y de plazas,
y un sueño infantil de hadas y brazos que arden,
y un amor en madejas que besa y dice adiós.
Quisiera aprender a quererte,
a construir un puente en donde tu recuerdo y
mi pretexto sean sólo uno,
y saberte el abismo de mis cielos,
y necesitarte cuando hay sol, como cuando no se lo ve,
¡tinta de mi sangre que te hace niña!,
¡ventana de mi aurora diluída en árbol!, mi raíz,
aprendiz, es tanto y tanto el amor que engendrar no podría,
que cual si fuese lo invisible o el viento,
la dulce melodía, y entonces canta, y se queja,
y lo inunda todo con un terrible amor recién nacido,
manos que mellan la suma,
¡si te desnudas, te descubrirás conmigo,
si corres y entonces la brisa, seremos tú y yo el amor prohibido!,
la mitad del amor que guardo para ti,
me hace quererte y hacerte al convencer a mis manos,
la mitad del regazo que reservo para mí,
es mejor a tu cuerpo en donde irremediáblemente tiemblo,
¡te quiero!, lo sabe el viento, la inocencia y la melancolía fugitiva,
¡te amo!, como si pudiera amarte más allá del amor,
¡te quiero!, tienes lo preciso,
¡te amo!, como una hoja a un libro sin respuestas.
Tú tienes el alma de este poeta,
si acaso encuentras al hombre, ¡permítele llorar!
T de S
MRGC