El tiempo fluye por nuestro sendero como un rio plateado que alberga en sus aguas tesoros puros y recónditos en harmonía con nuestros sentidos. Se estremece y vuela cual pajarillo asustado con nuestro miedo, mas no por ello deja de saltar, bailar y correr con nuestro gozo y alegría.
Escucho a la gente decir: “Tiempo para trabajar”, “tiempo para enamorarse”, “tiempo para crecer”, “tiempo para cambiar”… y pienso para mi: ¿Qué importancia pueden tener sus palabras? ¿Quién puede definir el tiempo sino aquel que lo experimenta por sí mismo?
Yo, el poeta exiliado y silencioso, viajero frecuente de la vida, soy navegante constante de las aguas confusas del tiempo, a veces tranquilas, a veces tormentosas... mas no por ello puedo dejar de perderme en su arrullo...
A veces lento, pues se mece cual si fuese sueño alterno, donde la embriaguez de colores y fragancias exquisitas inundan el aire y hacen vibrar este corazón de poeta, que solo late y vive por la dicha incontenida que desborda de sus labios y de su alma en forma de suspiro...
Ternura incontenida, se asemeja a las mieles eternas del amor, que regalan su hechizo de juventud y esperanza perpetúa en todo rincon...
Cálidez que alumbra como los rayos del sol, puros y bondadosos, que confortan las heridas y las ilusiones rotas con sus alegrías radiantes, que acarician ardorosamente la piel al descender con dulzura al mundo con resplandores enceguecedores...
A veces lo siento inefable, como el fragor inextinguible de las fantasías, envueltas en el seno de la noche con mantos dorados, vivas ilusiones de los despreocupados soñadores, encerrando consigo esperanzas que se van diluyendo sin prisa en la oscuridad o en la luz de la felicidad.
Adagio perpetuo y sosegado, como las aguas que reposan bajo el manto plateado de la luna en las noches cálidas del verano...
Tiempo inagotable y bendito, como los dones y exquisiteces al alcance, regalos divinos que prosperan y nos colman en el transcurso de nuestro viaje...
Jairo De la Cruz Torres