Soy un privilegiado del destino, bien mío, cual es amarte en esta vida y en las vidas próximas.
Dueña eres, por obra y gracia, bien mío, del destino que marca cada instante nuestra vidas, de mis pensamientos ornamentados de ti; de mi obrar asertivo porque tú me apartas de los caminos escabrosos y me guías hacia las rutas de luces donde duermen plácidamente las metas por las que lucho.
Tengo la potestad, bien mío, por obra y gracia de ese destino que nos une, de alejarte de la adversidad y acercarte al prodigio del bienestar en abundancia; de hacer que esas alas de ángeles con las que estás dotada, que sólo tú y yo vemos, vuelen plácidamente hacia las nubes y cabalgar con ellas y de proporcionarte la dulzura del beso-colibrí, el abrazo tierno que te gratifica y el agua purísima que calma tu sed romántica.
¡Dichoso destino, bien mío, con el que nos bendijo Dios para que lo honráramos en la expresión de amor que nos arrulla!