¡Qué lejanos recuerdos,
tenuemente nimbados de nostalgia,
levantan su aleteo
con suave pertinacia,
de mi alma en las recónditas estancias!
Dulces reminiscencias
de un pasado que es ya irrecuperable
y selló mi conciencia
con su huella imborrable,
hoy retornan de nuevo inmarchitables.
¡Los primeros amigos!
¡Las primeras ingenuas ilusiones!
¡Los inciertos inicios
de cándidos amores!
¡Las primeras angustias y dolores!
Los sueños compartidos
con aquellos amigos juveniles.
Los inmaduros juicios,
de seriedad risible,
brotando en nuestras mentes infantiles.
Las alegres reuniones,
inevitablemente bulliciosas,
en que las opiniones,
de forma candorosa,
disputaban sin fin unas con otras.
Los debates frecuentes
sobre todos los temas de importancia,
tenidos arduamente,
con torpe petulancia
y la osadía aneja a la ignorancia.
Las nocturnas salidas,
por primerizas tan ambicionadas,
que, ajenas a la prisa,
lentas se prolongaban
hasta sentir llegar la madrugada.
Los pausados paseos
en las mañanas claras de domingo,
en que, con titubeos
y torpe desatino,
a las tiernas muchachas perseguimos.
Y aquellas confesiones
al amigo del alma más querido:
íntimas expansiones
de un espíritu herido
por los primeros golpes recibidos.
Para todos nosotros
todo era nuevo en este nuevo mundo
al que, con pie medroso,
entrábamos sin rumbo,
estrenando el vivir cada segundo.
¡Qué hermosas nos parecen
aquellas pubescentes experiencias,
desde esta edad aleve
que, con cruel contundencia,
en nuestra alma ha matado la inocencia!
¡Qué trágico destino
que aquellas incipientes esperanzas
marchitas se han hundido,
y han quedado enterradas
bajo el polvo fatal de la añoranza!