Alberto Moll

Recuerdos de juventud

 

¡Qué lejanos recuerdos,

tenuemente nimbados de nostalgia,

levantan su aleteo

con suave pertinacia,

de mi alma en las recónditas estancias!

 

Dulces reminiscencias

de un pasado que es ya irrecuperable

y selló mi conciencia

con su huella imborrable,

hoy retornan de nuevo inmarchitables.

 

¡Los primeros amigos!

¡Las primeras ingenuas ilusiones!

¡Los inciertos inicios

de cándidos amores!

¡Las primeras angustias y dolores!

 

Los sueños compartidos

con aquellos amigos juveniles.

Los inmaduros juicios,

de seriedad risible,

brotando en nuestras mentes infantiles.

 

Las alegres reuniones,

inevitablemente bulliciosas,

en que las opiniones,

de forma candorosa,

disputaban sin fin unas con otras.

 

Los debates frecuentes

sobre todos los temas de importancia,

tenidos arduamente,

con torpe petulancia

y la osadía aneja a la ignorancia.

 

Las nocturnas salidas,

por primerizas tan ambicionadas,

que, ajenas a la prisa,

lentas se prolongaban

hasta sentir llegar la madrugada.

 

Los pausados paseos

en las mañanas claras de domingo,

en que, con titubeos

y torpe desatino,

a las tiernas muchachas perseguimos.

 

Y aquellas confesiones

al amigo del alma más querido:

íntimas expansiones

de un espíritu herido

por los primeros golpes recibidos.

 

Para todos nosotros

todo era nuevo en este nuevo mundo

al que, con pie medroso,

entrábamos sin rumbo,

estrenando el vivir cada segundo.

 

¡Qué hermosas nos parecen

aquellas pubescentes experiencias,

desde esta edad aleve

que, con cruel contundencia,

en nuestra alma ha matado la inocencia!

 

¡Qué trágico destino

que aquellas incipientes esperanzas

marchitas se han hundido,

y han quedado enterradas

bajo el polvo fatal de la añoranza!