Enrique Dintrans A.

LA ESPIGA DORADA

He aquí señores del asombro,
una aventura se desliza,
con una espiga de trigo
sobre su alta cabellera.

No era necesario que tuviera botas
porque que yo sepa
tampoco tenía pies, manos, rostro
o algo que se le pareciera.

Era un enjambre de minúsculos virus
solidariammente decididos
a organizar una fiesta genética de beneficencia
para inocular en los mercados
el regreso del trigo.

¡Habrá pan para todos, y gratis!
¡A desbaratar el monopolio de los genes!
 
Asomé mi nariz al microscopio
examinando la curiosa espiga.  

¿Qué no me comprendes,
parásito semántico?
me dijo uno.

 
¡Interrumpiremos todas las sinapsis
tus pensamientos y visiones
y ya no podrás pensar, ya no, no y no.
¿y para qué tus signos y palabras?  
¿acaso no eran antes que tú vinieras
a tu madriguera metafísica?

Déjame al menos la ilusión y el riesgo
de tratar a la espiga
con la dignidad que se merece;
le respondí.

Pero entonces ya había muerto.
Y cuando me disponía para el viaje
me sorprendió ver un coro de luciérnagas
bendiciendo los desiertos,
antes de la Gran Lluvia.