Estaba ella, sentada en el carro, mirando por el retrovisor,
parecía que no pensaba en nada,
pero su mente estaba llena de cosas que le atormentaban.
Excepto por una;
Ella iba mirando sus ojos en el diminuto espejo,
sus ojos, que eran casi tan profundos como oscuros,
y en ellos podía ver que era bella.
¡Era muy bella!
Las luces de la ciudad le daban un brillo especial a sus ojos;
su cabello, extrañamente, estaba peinado;
sus labios estaban de un rojo vivo, tan vivo, como el amor que sentía;
sus facciones, las veía perfectas, como de una chica de revista.
Hasta el color de su piel, contra el cual tanto había luchado,
estaba hermoso esa noche.
Esa noche, que no tenía motivos para ser especial,
excepto que ella, por fin, se veía a sí misma: bella.