Puesto a cabalgar e incipiente, llegó un árbol desde y hacia cualquier parte; y el mármol que alimenta el suelo le hizo un pasto amarillo, un clavo en el aire para que colgara su retrato; y un insecto de violines alados para que devorara las rosas acartonadas que cayeran sobre la palma a su costado… una palma de esqueleto. Así llegó su sombra también, rezagada y un poco tímida, a causa del virulento ocelo plateado que resguardaba varias focalizaciones, detrás de un ventanal, donde ardía también, la pastosidad de un racimo de uvas arrancadas de una palma… de una palma de esqueleto. Pero no por eso desaparecería la melodía, por el contrario, se alzó estrepitosamente con el zumbido de cornetas, el llanto de tambores, el semen de citaras; y la savia de mujeres atadas con cuerdas, a la batuta que guiara el temblor silencioso por la ausencia del viento; que por cuenta suya, erigía altares en las cavernas mientras se bañaba de generaciones amputadas, cautivos destellos de estrella fugaz, y médula de palma… de una palma de esqueleto.
En la copa del árbol pendían centenares de barcos (tal vez pocos miles); lo cierto es que ya maduros, estibasen el suelo en varios charcos. Y los charcos no conformes con el parto, de pie, se amancebaron a una gota; gota que fuese absorbida de nuevo pavimentando el cielo con sus frutos, figurando en la placenta de las nubes recién abortadas; placenta que luego vestirían teñida de rojo anaranjado y unas cuantas pizcas escarlatas de Sol. Sería eso, mejor que la lluvia regada en la erosión sobre las faldas de una palma… una palma de esqueleto.
En cierta ocasión, una semilla salió del abono por la abertura en el casco de un barco echado biche a la esperanza de volar. Por falta de peso subió más allá de las nubes y los cimarrones; topándose con el fuego licuado de la atmósfera. Y arrojó, desde allí, sus semillas como petardos infalibles a la claridad del día. Así hizo más liviano su cuerpo para planear en las farolas donde se almacenaba el rayo lejos del trueno; artificio que engendró por temor a las alturas, desde un timón aferrado al canto de los grillos, y al pájaro que devorase la semilla que cayó desde menos alto, para diseminar junto al árbol una palma… una palma de esqueleto.
Fue al fin cuando todo empezó en el gorgoteo de una fuente, de esas que maquinan los perros de los dioses para ahogarse, y para desgarrar la carne y polvo envueltos en aquel palmar… y demás desolaciones…