Matías me dio, una rama, que tenía atravesado en su punta, a un pez. Lo puse en el fuego, y lo comí. Tenía un hambre insondable. Se ve que él, aprovechó el momento en el que yo tenía la boca llena, para platicarme. Miró al fuego con un profundo cariño, parecía como si se hubiese “hundido” en él. Mientras seguía con la mirada perdida en su resplandor, comenzó a hablar.
Matías- Soy como la llama de esta fogata ¿Sabes? Ella sabe que va a extinguirse a la brevedad. Y es por eso que alumbra, porque quizá esta sea su última oportunidad de arder, antes de desaparecer tragada por el viento. Y por supuesto, por ella misma, ya que se consume desde adentro. –Me lanzó una mirada furtiva y siguió con su plática- Piensa profundamente en esto: no hay tiempo.
Se generó un profundo silencio. No sabía, o mejor dicho, no podía, contestarle. Una inescrutable tristeza me había invadido. Él parecía estar al tanto de mis sentimientos, de modo que prosiguió, como si aquella infinita pausa, nunca hubiese existido.
Matías- Sin embargo, hay una salida. No salida como escape, sino como liberación. Escucha bien, si desenmarañas todo este enjambre, quizá, ese último resplandor que produzcas, te conduzca a la eternidad. Uno nunca sabe, pero si eso sucede... –Hizo una pausa, suspiró y miro al cielo retomando sus palabras- Si eso sucede, allá te irás, a dónde sea que vayas.