Tras mi ventana, en el cuarto oscuro,
observo detenidamente el día nublado,
el cedro verde, las gotas de lluvia caer.
Se moja el suelo, emerge el olor de la vida,
de ésta vida nubarrada, a lo lejos escucho truenos,
las montañas están esponjadas, las aves cantan.
Déjame sentarme en la mesa vieja de aquel cuarto,
en el balcón de madera cobriza , bajo el techo de acabadas tejas,
déjame escribirte de esta vida, de mi vida.
Mis ojos parecen morirse,
se apagan lentamente, no tienen que decir
están cansados de no tener historias.
Han permanecido fijos a las tres de la mañana,
tantas veces han visto fantasmas,
que parecen encender sus velas.
Tantas veces han quemado mi pecho,
secando mis sonrisas
Y sin embargo la flor de la cornisa no se marchita.
La luna esta metida hasta abajo de la cama,
y sentada en la silla bebo de su miedo,
sentada en la silla espero los deslices del viento.
El espectro del tiempo se mofa de mi,
siento su engaño en lo profundo de mis huesos,
y quiero tomarlo del cuello guardarlo en un arcón.
Quiero bebérmelo, para no morir,
entonces escucho a los árboles hablar en la fricción de sus hojas,
me llaman loca y solo me rió de sus bullidos.
Déjame despertar,
que me he cansado de soñar despierta,
déjame enmarcarme en aquella pared vieja.
Que cuando muera, la flor aun seguirá viva,
y cuando tú mueras, morirá,
así el tiempo podrá escapar.