Ha clavado su dardo el escorpión
en tu angelical carne inmaculada
y para siempre su fatal veneno
corroerá tu sangre emponzoñada.
Con placidez vivías tu inocencia,
cándidamente te desarrollabas
desde tu infancia dulce y armoniosa
hacia el mundo de adultos que esperabas.
Pero quiso el destino despiadado
que en tu feliz camino se cruzara
aquel pérfido monstruo que, inhumano,
tu infantil florecilla pisoteara.
La desventura sobre ti ha caído,
porque sea cual sea la ignorada
senda fatal que el sino te depare,
indestructible llevarás la marca
que tu horrible experiencia dejó, amarga.
Y en medio de la noche constelada
despertarás a veces, angustiado,
en frío sudor tu sábana empapada,
y gritarás,... y no querrás gritarlo
porque nadie conozca tu desgracia.
Y de día, en tu trato con la gente,
mirarás con envidia desolada
los felices mortales que a tu lado
pasan dichosos, sin tener llagada
por un letal estigma su existencia.
El limpio amor, la entrega confiada
al ser querido que halles en la vida,
túrbido de ansiedad no deseada
tendrás que resignarte a soportarlo.
Ya nunca el sexo, delicia exaltada
para tu cuerpo, gozarás ardiente;
siempre al vivirlo sentirás la mancha
indeleble de aquellas agresiones.
E incluso, en tu andadura infortunada
por un sendero lleno de zozobras,
tal vez... tal vez aún más nefastas
lacras arrastrarás con desconsuelo.
Inexorable, tu vida será aciaga.
Acerbo y duro tu camino incierto.
Y eternamente llevarás tu máscara
ocultando tu herida vergonzante,
que se pudrirá en ti, engangrenada.