(...) Sus palabras crearon un efecto asombroso en mí. Me sentí totalmente plena, abandonada a lo que sea que fuese aquel momento presente. Lágrimas rodaron por mis mejillas. Estaba extasiada de una sensación muy vívida, que nunca antes había experimentado. Matías me observaba, sus ojos resplandecían, brillaban como las mismísimas estrellas. Entonces comprendí su total desapego y desinterés por todo. Aquel estado de ánimo era el que permitía esa conducta. La llamé: libertad. Lo miré repleta de gratitud. Él prosiguió con su habla.
Matías- Para ti sería tan fácil, sólo silénciate. Decide sosegarte. No pienses en recompensas porque no las hay. Húndete profundamente en este misterio, aquí y ahora. Siente por el hecho de sentir, por amor a ese percibir. Estamos acá, somos y no somos. Nada puede ser tan insondable y maravilloso como esta experiencia de vida. A eso es lo que yo llamo amor; a esta fuerza que nos crea. Piensa en esto; si estamos compuestos por aquella energía creadora ¿Cómo te nombrarías a vos misma? –Me miró fijo y respiró intensamente- Ay, lo cierto es que somos eternos. Pero no inmortales. No se lo vayas a contar a nadie –Su rostro denotaba picardía- Este es un secreto entre tú y yo. Tal vez te preguntes por qué lo es. Desde mi postura, te diría, que la mayoría de los seres no tienen suficientes fuerzas para corporeizar tal revelación. Y tú tampoco –Observó el horizonte y continuó- Aunque ya casi te acercas… ¡Sacúdete toda esa solidez! ¡Ve!