Amo la música porque es capaz de entretener el corazón,
la amo porque entra por todos los poros de la piel
como un bálsamo calmante de todas las heridas.
La música nació de los sueños de todos los poetas,
de todos los que se atrevieron y se atreven a soñar
sin importarles que los llamen locos.
La música es un nexo entre los ángeles y los hombres,
la conquista directa del cielo sin armas ni violencias.
La música es miel para el alma,
la fuerza que mueve los mares y las galaxias.
La hierba tiene su música cuando la mece el viento,
las piedras cuando el agua las sobrepasa,
las hojas secas cuando las arrastra el viento.
Cada ser, cada lágrima, cada suspiro,
cada sonrisa, cada abrazo, cada caricia,
cada beso, tiene impresa su canción.
Todo el universo es música;
la música es mi hogar, mi cálido refugio
cuando siento frío en el alma y no encuentro otro abrigo.
No existe la pena cuando la música entra por la piel
y toca la entraña y se expande por cada poro,
por cada átomo, por cada molécula.
La música no tiene patria, ni país, ni fronteras
porque nació libre como los pájaros, como las flores,
como el silencio de la nieve, como la luz de la primavera.
La música es mi enamorada fiel, la que siempre está en mi mente,
la que me acompaña en mi soledad, en mi fracaso más reciente.
La que hace que me olvide de la muerte.
Camino por la calle y el sol me regala música.
Todos mis pasos son canciones, el silencio de mi sombra
volando hacia otras dimensiones,
con mi maleta cargada de poesía, con mi pan y mi agua
en busca de mi propia melodía.