Desde lo alto se ve la playa,
dos grandes y altas peñas,
juntas siempre se acompañan
bañadas por constantes olas
que fuertemente en ellas revientan.
Las gaviotas y los pelícanos
a su alrededor revolotean
lanzándose en picada al mar
buscando sin cesar
algún pez atrapar.
Siendo ya el atardecer
los lancheros se preparan;
se acerca ya la hora
de volver a entrar al mar,
con vehemencia se persignan
implorando en su oración
se les permita nuevamente
ilesos retornar.
Con sus lanchas alistadas
es momento de lanzarse al mar
para ir en busca de la pesca
que les habrá de alimentar.
Hay que esperar la ola indicada
que les permitirá entrar.
Atentos, atentos están.
“Esta no es!.” “Espera!.” “Espera!”
“Ya viene!” “Ahora!”
Se oye rugir el motor
desafiando el fuerte oleaje,
lanzandose con dstreza
para no volcar.
En la playa sus mujeres
nuevamente esperarán;
larga es la noche,
con el corazón ansioso,
con el miedo al infortunio
de algún día tener que llorar
nuevamente por aquel
que se hubiere tragado el mar.
Que la buena pesca llegue!
Que sus hombres bien regresen!
Que sus corazones vuelvan a latir
con toda tranquilidad.
Así es en la costa
la cotidianeidad.