Luisa, fue el nombre de mi niñez con el que me bautizó mi abuelo y el cual llevé hasta los ocho años, cuando él se marchó al cielo. Junto a ese nombre se impregnaron los recuerdos como el aroma de azahares que inundaba el patio cuando florecía el naranjo. Era el nombre de mi yo escondido que hurgaba en los cofres y baúles, deslizándose silenciosamente para atisbar por las rendijas de la puerta que protegía la obscura gallera que resguardaba al gallo giro, compañero de batallas del abuelo en las ferias patronales.
Me sobresaltaba al escuchar mi nombre en labios de los demás moradores de la casona familiar. Pensaba en alguna reprimenda o en una conversación seria. Hoy, significa, descubrir una personalidad detrás de la pluma que traza letras para convertirlas en versos o el recuerdo palpable de los años que se han ido. Mi nombre, Luisa, es el pasado que regresa para abrazar la fantasía que bullía en mi cabeza y unirla a los momentos felices o tristes que se viven con la inocencia de la infancia.
Lissi,16-8-2013